jueves, 22 de abril de 2010

EL ULTIMO DICTADOR, LOS CULPABLES Y LA CULPA por Orlando Barone


Nadie quiere sentirse culpable. Porque asumir la culpa, aunque sea un fragmento, un grumo, una partícula, nos exige reconocerrnos responsables de algo reprensible. Cuando surge una política de Derechos Humanos que reubica a la sociedad ante una época desgraciada, de superada cronología, los adultos, los viejos se sienten empujados a un regreso que perturba. Juzgar a represores, ser parte de la sociedad que ahora los condena, no basta para justificarnos y distanciarnos del sentimiento de culpa. Nuestra estadía en aquél tiempo, la que solo nosotros sabemos íntima y calladamente, agita la memoria y pone en duda nuestra ética. La sentencia al anciano último dictador Reynaldo Bignone no será la última. Los Derechos Humanos ya son imparables. Ya hace veinticinco años desde el comienzo del juicio del Nunca Más. Ese es un mérito excepcional argentino. La propuesta de nombrar a las Abuelas de Plaza de Mayo al Premio Nobel de la Paz es un signo de la época. De ésta. No de otra. Es mezquino retacear ese rango. No hay anécdota de funcionario corrupto o punto más o menos de inflación que valgan frente a eso.
La sustancia de los Derechos Humanos nos enfrenta a una realidad que nos revela una parte nuestra no revelada. No hay solicitada de hijos adoptivos en trance de ser hijos robados, que puedan impedirla. Lo esencial invisible o visible posterga a lo accesorio.
¿Dónde estábamos, qué hacíamos, qué no hicimos, qué callamos, qué negamos, qué omitimos entonces? Cada uno tiene su espejo, si es que otros no se lo muestran antes.
Cuando en el Colegio Militar se descolgó el retrato de Videla, se amputó simbólicamente una parte oscura de nuestra historia con la expectativa de que la amputación provocara un renacimiento. No es fácil el proceso en el que hoy se encuentra la sociedad argentina. Cada condena a un genocida, a un dictador, nos causa una sensación contradictoria: por un lado sentimos el alivio de expurgar una antigua falta ciudadana; por otro sentimos que el criminal, el torturador condenado, se lleva toda la culpa acaso excesivamente, porque también nosotros tenemos alguna. Sea ésta consciente o inconsciente. Nos hayamos dado cuenta o hayamos estado distraídos. Resolverla es nuestro desafío. Resolverla, no esquivarla. No escaparse de ella. De la culpa. Pero pasa que hay quienes eligen desconocer a los culpables para no sentirse ellos culpables. Se condenan a vivir con el propio rencor y escondiéndose de sus propios demonios. Afán imposible. En cambio, quienes en mayor o menor medida sentimos culpa, aunque sea mínima, estamos siendo protagonistas de una reivindicación ética y democrática. Porque a través de ella recobramos grandes porciones de dignidad y nos restituimos a nosotros mismos. Transparentamos nuestra memoria. Y le quitamos la triste irresponsabilidad del olvido.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 22 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

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