viernes, 14 de agosto de 2009

“Esta vez no tenemos tanta suerte, Ayala esta muerto” cuarto día del juicio


Así lo revelo una testigo, información según ella, dada por un sacerdote de la Marina. En la cuarta jornada del juicio por la desaparición forzada de persona y privación ilegítima de cuatro militantes, delitos imputados a Diego Ulibarrie, habló también la esposa de Orlando Romero, una de las víctimas, así como Nestor Ayala, el hermano de “Cacho” Ayala. La primer testigo, María Rodriguez, dejó expreso su interés en la causa. “Quiero que se juzgue a la persona que cometió la desaparición de compañeros si fuera posible, con cadena perpetua y cárcel común”. La mujer reveló ante tribunal ser la esposa de Orlando Romero, una de los desaparecidos.

Ante la pregunta “sobre su aporte en la causa”, dada por el abogado querellante, Ramón Leguizamon, la cónyuge de Romero indicó sobre aquel fatídico día. “Sé que el 16 de febrero, me lo contó una compañera, secuestraron a mi esposo. Y los llevaron encapuchados a la Primera”.

Rodríguez contó ante Tribunal que su primera acción fue “llamar a su suegra, que vino desde Tucumán”, donde de la familia es oriunda. La madre de Romero se comunicó con el doctor Augusto Porta, el cual decidió investigar y supo que “los habían trasladado al Regimiento 9”. La información, suministrada por éste (quien dio su testimonio en audiencia pasada), los guió a la dependencia militar, pero tras una noche de espera lograron respuestas negativas: “nos dijeron que no había nadie con el apellido Romero”, dijo contando que además su búsqueda las llevó al Arzobispado y al gobernador, “pero nadie sabía nada”.

Rodríguez dijo que sólo vio en una oportunidad por separado a los compañeros de su marido, primero a Ayala y después Barozzi, antes de que sean secuestrados. “El primero fue a charlar a casa. Barozzi fue a comer el 10 de febrero, día del cumpleaños de mi hija, Laurita”, señaló. La testigo indicó además saber, que el operativo fue llevado a cabo por “fuerzas conjuntas”.

Además comentó que al igual que la familia Ayala, oyó “comentarios de que [Romero] se encontraba en Brasil”.

Después trató detalles del pasado de su marido antes del secuestro. Ya en 1972 en Tucumán, Romero sufrió una detención, aunque “por poco tiempo”, y recordó que el 9 de febrero, habían vuelto de unas vacaciones familiares. La casa había quedado bajo el cuidado de un compañero, el cual “ya no estaba cuando volvimos”. Al día siguiente, la casa fue allanada y desde ese incidente, Romero, “fue perseguido” y obligado a trasladarse a San Miguel. Ella quedo con sus padres en “Tafí del Viejo”. Con el caer de abril de aquel año, Romero, “por pedido del partido fue al Litoral”, pasando por “Misiones, Chaco, Corrientes, Entre Rios”.

Luego de Rodríguez, la indagación fue para María Cristina Brum. La mujer llamada al banquillo, cumpliendo con la formalidad de brindar su domicilio, reveló haber viajado desde Córdoba para brindar testimonio . “Lo que puedo aportar es una experiencia propia, la cual creo, puede ayudar a esclarecer el caso” indicó: “A principios del 76 o 77, mi sobrino Rafael Solis, fue detenido en Corrientes”. Según relató, no supo de su paradero hasta que su hermana, le informó mediante un llamado, de un sacerdote en Buenos Aires-lugar donde la testigo residía en esa época-, que tenía información de donde se encontraban los detenidos”.

Con la dirección “en el bolsillo”, sin saber hacia donde iba, Brum fue en búsqueda de aquel clérigo, posible informante del destino del paradero de su sobrino. Lo primero que encontró fue una sorpresa: “ Lo que pensé se trataría de una Iglesia o algo por el estilo, resultó ser el edificio de la Marina”. Al llegar preguntó por el cura, su apellido era “Grasceli”, que “luego de un rato vino” y la llevó a un “salón chico”, donde “sacó un fichero abultado”, recorrió sus hojas, se detuvo en una, y dijo: “Me parece que vamos a tener suerte”, contó la testigo.

“Lo que le puedo decir que él está vivo”, señaló el sacerdote. “¿Pero no puede decirme algo más: donde está, que causa pesa sobre él?” intentó indagar la testigo, pedido cuya respuesta tajante: “esto es lo único que puedo decir”. Brum narró que pasado un tiempo, alojó a la hermana de Vicente “Cacho” Ayala, María del Rosario, y a su esposo. Enterada de la desaparición, decidió utilizar su fuente de información, para averiguar sobre el desaparecido hermano de la inquilina

Volviendo al edificio de la Marina, el trato del sacerdote “fue menos amable”, se “mostró incómodo por la visita repetida”.

Realizando el mismo procedimiento, el salón, el fichero, el final fue diferente: “esta vez no tenemos tanta suerte, él está muerto”, dijo el sacerdote de la Marina según narró la testigo ante el tribunal, “mostrándome luego la puerta” narró la testigo. Luego,“navidad de 1977” la declarante recibe una llamada del cura. “Le prometí que le iba a dar una noticia más sobre su sobrino- me dijo- vea el diario mañana, allí saldrá la lista de nombres de liberados, ahí estará el de su sobrino”, le dijo. Efectivamente en aquella lista, publicada en por el diario porteño Clarín, apareció el nombre de “Rafael Omar Solis, él vendría tiempo después

. “Lo que pienso es que si tenía razón en eso, creo que también tendría razón en lo de Ayala”, finalizó.

Néstor Ayala fue el último testimonio.

“En la mañana del 16 de febrero” su hermano llegó de Posadas para visitar a la familia, “después de conversar un rato dijo que salía” tomando “el colectivo en Irigoyen y San Luis”. La familia Ayala, supo de la detención “dos o tres días después”. El último testigo del día, recordó “el peregrinar sobre las oficinas de las fuerzas” con una pregunta a cuestas: “¿cómo es posible que una persona que había sido detenida esté desaparecida?”.

Ayala dejó asentada la terrible incertidumbre vivida en su familia, el “atroz sufrimiento de sus padres, los meses de desesperación, de indiferencia de unos y miedo de otros, del temor en todos a que les pasara lo mismo”, reveló. “Costó mucho que la alegría vuelva a la familia”, dijo en un clima angustiante vivido en la sala.

Ayala contó que “dos o tres meses” después “de la desaparición”, su familia sufrió “un violento allanamiento: “destrozaron la puerta para entrar, fuimos interrogados, se dio vuelta la casa”, sostuvo el testigo. “A partir de allí, me di cuenta que tenía vigilancia”, agregó. Desde ese día volvía siempre caminando y sabía que en la vereda, había un falcon verde, con ojos clavados en la puerta de su casa.


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